sábado, 12 de julio de 2014

CAPITULO  II: ¿Cómo abordar el hecho literario?

1.  Libro, lectura y Literatura
Littré duda entre una definición material – “reunión de varios cuadernos de páginas manuscritaso impresas” – y una definición semiintelectual –“ obra espiritual,sea en prosa o en verso, de una extensión lo suficientemente amplia para llenar al menos un volumen”.
El defecto de todas estas definiciones es que consideran el libro como un objeto material y no como un medio de intercambio cultural. Ahora bien, un libro es una “máquina para leer”, y es la lectura lo que lo define: “Es el esfuerzo conjugado del autor y el lector que hará surgir este objeto concreto e imaginario que es la obra del espíritu”.
Copiado, impreso o fotografiado, el libro tiene por finalidad permitir la multiplicación de la palabra, al mismo tiempo que su conservación: un libro para una sola persona no tendría ningún sentido.

Ahora bien, la unidad estadística es el título y no el ejemplar. Teniendo en cuenta las importaciones y las repeticiones, la estadística por títulos nos pude indicar, como máximo, la riqueza y la variedad de la vida intelectual de un país; nos permite evaluar el número y la productividad de sus escritores, pero no nos da ninguna idea del papel de la lectura en la vida social. Para analizar el fenómeno de la lectura, sería preciso tener en cuenta las tiradas –no tan solo las de la edición, sino incluso las de la prensa.
Todas las lecturas posibles no son efectivas. Partiendo de las cantidades de papel, eliminando a los analfabetos y a los niños, habida cuenta de que un mismo material sirve para tres o cuatro lectores, deberíamos admitir que un francés lee por término medio 40.000 palabras por día y un inglés, tres veces más.

El libro, como podemos ver, no representa sino una pequeña parte de las lecturas posibles y una más pequeña todavía de las lecturas efectivas. Su desquite se presenta en el momento de aparecer la noción de literatura.

Es literaria toda obra que no es un instrumento, sino un fin en sí. Es literatura toda lectura no funcional, es decir, la que satisface una necesidad cultural no utilitaria. Entre las lecturas efectivas, la mayor parte son funcionales, sobre todo entre las lecturas de prensa, donde se busca sobre todo informaciones. Pero tampoco en el libro todo es literatura.
Además, la prensa contiene una proporción variable, pero a menudo muy fuerte, de lecturas no funcionales con carácter literario: folletines, novelas, cuentos, ensayos, esquelas, etc. Una parte de este material es reutilizable por la edición, pero la gran masa de la producción literaria periódica es considerable y equilibra a veces la de los libros.
No se puede pues confiar en las clasificaciones formales o materiales sistemáticas para hacernos una idea clara de las relaciones lectura-literatura. Es más bien la naturaleza del intercambio autor-público lo que nos permite definir lo literario y lo que no lo es. Todo escrito puede convertirse en literatura, en la medida en que nos permite evadirnos, soñar o, por el contrario, meditar, cultivarnos gratuitamente.
Y, al revés, hay usos no literarios de obras literarias: el consumo de literatura no se identifica con la lectura literaria. Se puede comprar un libro con otras intenciones que no sean las de leerlo. Se puede leer un libro con otras intenciones distintas a las de obtener de él un placer estético o un beneficio cultural. Por ende, una definición rigurosa de literatura supone una convergencia de intenciones entre lector y autor; una definición más amplia exige por lo menos una compatibilidad de intenciones.

2.  Las vías de acceso
El método más evidente para comprender un fenómeno a la vez psicológico y colectivo es el de interrogar a un número de personas juiciosamente elegidas.
Quien nos cite a Stendhal o Malraux como sus lecturas habituales y confiese que lee, a veces, una novela policíaca o dos para relajarse, no querrá admitir que el tiempo consagrado por él a la lectura policíaca, es de hecho, muy superior al que concede a sus “libros favoritos”. Si menciona la lectura del periódico, olvidará aquellos minutos que consagra a la tira de dibujos y que, en total, representan un tiempo apreciable; asimismo, pasarán desapercibidas las lecturas de la sala de espera, o las que se pasan en la biblioteca de los niños.
Hay aquí un amplio campo cuya explotación no puede negligir el historiador literario. Es lo que se llama la “subliteratura”, o la “infraliteratura”, o las “literaturas marginales”. Entre esta zona ignorada de los manuales hasta una época muy reciente, y el dominio de las obras “nobles”, existen constantes intercambios a nivel de temas, ideas y formas. Y llega aún a suceder que una obra pasa a veces de un sector a otro. Como se verá más tarde, pertenecer a la literatura o a la subliteratura no se define por las cualidades abstractas del escritor, de la obra o del público, sino por un cierto intercambio.
El testimonio de los intermediarios del libro podría tener más valor, pues editores, libreros y bibliotecarios controlan los principales rodajes del mecanismo de los intercambios. Desgraciadamente, para las dos primeras categorías, el secreto comercial es una mordaza demasiado eficaz; para la mayor parte de ellos, su despacho o su tienda son puestos de mando cerrados, donde sin embargo ejercen una influencia real y decisiva sobre escritores y el público.
El caso de los bibliotecarios es poco distinto, pues está generalmente en condiciones de dar testimonio directo sobre el comportamiento de sus lectores. El inconveniente es que este testimonio no se refiere sino a una parte muy reducida y especializada de público: la del lector de biblioteca.
Es a través del estudio de los datos objetivos explotados sistemáticamente y sin ideas preconcebidas que será preciso abordar el hecho literario. De entre los datos objetivos vamos a utilizar en primer lugar, los estadísticos.
Los datos estadísticos  permiten hacer resaltar las grandes líneas del hecho literario. Es preciso entonces interpretarlas por medio de otro tipo de datos objetivos proporcionados por el estudio de las estructuras sociales que encuadran el hecho literario y de los medios técnicos que lo condicionan: regímenes políticos, instituciones culturales, clases, capas y categorías sociales, grado de analfabetismo, del librero, del editor, problemas lingüísticos, etc.

Se puede finalmente llegar al estudio de casos concretos según los métodos de la literatura general o de la literatura comparada: éxito de una obra, evolución de un género o de un estilo, planteamiento de un tema, historia de un mito, etc. Es entonces cuando los datos subjetivos alcanzarán todo su valor, y que el investigador, con la ayuda de encuestas, interrogatorios, testimonios orales y escritos, reconstruyendo los conocimientos que le proporcionan las “historias de casos”, puede otorgar toda su significación a los fenómenos observados objetivamente.

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