CAPITULO II: ¿Cómo abordar el hecho literario?
1. Libro, lectura y Literatura
Littré duda entre una definición material – “reunión de varios cuadernos de
páginas manuscritaso impresas” – y una definición semiintelectual –“ obra
espiritual,sea en prosa o en verso, de una extensión lo suficientemente amplia
para llenar al menos un volumen”.
El defecto de todas estas
definiciones es que consideran el libro como un objeto material y no como un
medio de intercambio cultural. Ahora bien, un libro es una “máquina para leer”,
y es la lectura lo que lo define: “Es el esfuerzo conjugado del autor y el
lector que hará surgir este objeto concreto e imaginario que es la obra del
espíritu”.
Copiado, impreso o fotografiado,
el libro tiene por finalidad permitir la multiplicación
de la palabra, al mismo tiempo que su conservación: un libro para una sola
persona no tendría ningún sentido.
Ahora bien, la unidad estadística
es el título y no el ejemplar.
Teniendo en cuenta las importaciones y las repeticiones, la estadística por
títulos nos pude indicar, como máximo, la riqueza y la variedad de la vida
intelectual de un país; nos permite evaluar el número y la productividad de sus
escritores, pero no nos da ninguna idea del papel de la lectura en la vida
social. Para analizar el fenómeno de la lectura, sería preciso tener en cuenta
las tiradas –no tan solo las de la edición, sino incluso las de la prensa.
Todas las lecturas posibles no
son efectivas. Partiendo de las cantidades de papel, eliminando a los
analfabetos y a los niños, habida cuenta de que un mismo material sirve para
tres o cuatro lectores, deberíamos admitir que un francés lee por término medio
40.000 palabras por día y un inglés, tres veces más.

Es literaria toda obra que no es
un instrumento, sino un fin en sí. Es literatura toda lectura no funcional, es
decir, la que satisface una necesidad cultural no utilitaria. Entre las
lecturas efectivas, la mayor parte son funcionales, sobre todo entre las
lecturas de prensa, donde se busca sobre todo informaciones. Pero tampoco en el
libro todo es literatura.
Además, la prensa contiene una
proporción variable, pero a menudo muy fuerte, de lecturas no funcionales con
carácter literario: folletines, novelas, cuentos, ensayos, esquelas, etc. Una
parte de este material es reutilizable por la edición, pero la gran masa de la
producción literaria periódica es considerable y equilibra a veces la de los
libros.
No se puede pues confiar en las
clasificaciones formales o materiales sistemáticas para hacernos una idea clara
de las relaciones lectura-literatura. Es más bien la naturaleza del intercambio
autor-público lo que nos permite definir lo literario y lo que no lo es. Todo
escrito puede convertirse en literatura, en la medida en que nos permite
evadirnos, soñar o, por el contrario, meditar, cultivarnos gratuitamente.
Y, al revés, hay usos no
literarios de obras literarias: el consumo de literatura no se identifica con
la lectura literaria. Se puede comprar un libro con otras intenciones que no
sean las de leerlo. Se puede leer un libro con otras intenciones distintas a
las de obtener de él un placer estético o un beneficio cultural. Por ende, una
definición rigurosa de literatura supone una convergencia de intenciones entre
lector y autor; una definición más amplia exige por lo menos una compatibilidad
de intenciones.
2. Las vías de acceso
El método más evidente para
comprender un fenómeno a la vez psicológico y colectivo es el de interrogar a
un número de personas juiciosamente elegidas.
Quien nos cite a Stendhal o
Malraux como sus lecturas habituales y confiese que lee, a veces, una novela
policíaca o dos para relajarse, no querrá admitir que el tiempo consagrado por
él a la lectura policíaca, es de hecho, muy superior al que concede a sus
“libros favoritos”. Si menciona la lectura del periódico, olvidará aquellos
minutos que consagra a la tira de dibujos y que, en total, representan un
tiempo apreciable; asimismo, pasarán desapercibidas las lecturas de la sala de
espera, o las que se pasan en la biblioteca de los niños.
Hay aquí un amplio campo cuya
explotación no puede negligir el historiador literario. Es lo que se llama la
“subliteratura”, o la “infraliteratura”, o las “literaturas marginales”. Entre
esta zona ignorada de los manuales hasta una época muy reciente, y el dominio
de las obras “nobles”, existen constantes intercambios a nivel de temas, ideas
y formas. Y llega aún a suceder que una obra pasa a veces de un sector a otro.
Como se verá más tarde, pertenecer a la literatura o a la subliteratura no se
define por las cualidades abstractas del escritor, de la obra o del público,
sino por un cierto intercambio.
El testimonio de los
intermediarios del libro podría tener más valor, pues editores, libreros y
bibliotecarios controlan los principales rodajes del mecanismo de los intercambios.
Desgraciadamente, para las dos primeras categorías, el secreto comercial es una
mordaza demasiado eficaz; para la mayor parte de ellos, su despacho o su tienda
son puestos de mando cerrados, donde sin embargo ejercen una influencia real y
decisiva sobre escritores y el público.
El caso de los bibliotecarios es
poco distinto, pues está generalmente en condiciones de dar testimonio directo
sobre el comportamiento de sus lectores. El inconveniente es que este
testimonio no se refiere sino a una parte muy reducida y especializada de
público: la del lector de biblioteca.
Es a través del estudio de los
datos objetivos explotados sistemáticamente y sin ideas preconcebidas que será
preciso abordar el hecho literario. De entre los datos objetivos vamos a utilizar
en primer lugar, los estadísticos.
Los datos estadísticos permiten hacer resaltar las grandes líneas
del hecho literario. Es preciso entonces interpretarlas por medio de otro tipo
de datos objetivos proporcionados por el estudio de las estructuras sociales
que encuadran el hecho literario y de los medios técnicos que lo condicionan:
regímenes políticos, instituciones culturales, clases, capas y categorías
sociales, grado de analfabetismo, del librero, del editor, problemas
lingüísticos, etc.
Se puede finalmente llegar al
estudio de casos concretos según los métodos de la literatura general o de la
literatura comparada: éxito de una obra, evolución de un género o de un estilo,
planteamiento de un tema, historia de un mito, etc. Es entonces cuando los datos
subjetivos alcanzarán todo su valor, y que el investigador, con la ayuda de
encuestas, interrogatorios, testimonios orales y escritos, reconstruyendo los
conocimientos que le proporcionan las “historias de casos”, puede otorgar toda
su significación a los fenómenos observados objetivamente.
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